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Los templarios

La Orden del Temple fue una orden medieval de carácter religioso y militar cargada de tintes legendarios, nacida en la primera cruzada. Fue fundada en Jerusalén en 1118 por nueve caballeros franceses, con Hugo de Payens a la cabeza.

En sus inicios su denominación oficial fue Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón; más tarde fueron conocidos comúnmente como Caballeros templarios o Caballeros del templo de Salomón, denominación surgida tras instalarse en el antiguo templo de Salomón. La designación de Orden del Temple es la traducción de esto al francés, siendo muy extendida dados los amplios lazos Templarios con Francia.

Con la ayuda del abate San Bernardo de Claraval y su escrito De laude novae militiae redactaron su regla basada en la regla de San Benito, de acuerdo con su reciente reforma por los cistercienses, de los que adoptaron el hábito blanco al que añadieron la cruz encarnada; en 1128, en el concilio de Troyes, la orden obtuvo de Honorio II la aprobación papal. Los privilegios de la orden sobre el botín obtenido en Tierra Santa fueron confirmados por las bulas Omne Datum Optimum (1139), Milites Templi (1144) y Militia Dei (1145). A lo largo de su historia, templarios y cistercienses, aunque fueran órdenes distintas, se mantuvieron interrelacionadas.

Durante su estancia inicial en Jerusalén se dedicaron únicamente a escoltar a los peregrinos que acudían a los santos lugares, ya que su escaso número (9) no permitía que realizaran actuaciones de mayor magnitud. Sin embargo, su número aumentó de manera significativa al ser aprobada su regla y ese fue el inicio de la gran expansión de los "pauvres chevaliers du temple" . Las bulas papales, que les daban derechos sobre las conquistas en Tierra Santa, los hacía depender directamente de él (y por tanto, los apartaba del poder de reyes y obispos) y les concedían el derecho de construir fortalezas e iglesias propias, lo que les dio gran independencia y poder.

Debido a que se han encontrado restos arqueológicos templarios en túneles bajo el Templo de Salomón, muchos eruditos han especulado que los templarios se dedicaban a obtener restos arqueológicos importantes para el cristianismo, como son el Santo Grial, un trozo de la cruz en la cual murió Jesús o incluso restos que podían destruir varios cánones de la iglesia de ese entonces. Para evitar que estos descubrimientos pudiesen traer consecuencias nefastas para la iglesia, esta les dio las tierras y los derechos anteriormente mencionados.

Aparte del consabido poderío militar, con el transcurso del tiempo, se convirtieron a través de donaciones, en uno de los mayores terratenientes de Europa. Hay que nombrar, por ejemplo, como el rey aragonés Alfonso I el batallador dejó su reino a las órdenes militares, que renunciaron a este a cambio de numerosas ventajas. Además, con el fin de salvaguardar los ahorros de los peregrinos, desarrollaron un sistema bancario basado en garantías (similares a los cheques de viaje actuales), que se podían intercambiar por la cantidad indicada en cualquier posesión templaria y alejaban el peligro de llevar grandes cantidades de dinero en efectivo. Este sistema bancario, y sus abundantes riquezas convirtieron a la orden en una gran prestamista, que aportaba los fondos cuando los diversos reyes europeos necesitaban dinero. Los templarios llegarían a ser una de las instituciones más ricas de su época, contando con vastas tierras y señoríos, numerosas ventajas comerciales, grandes tesoros, flotas comerciales que partían desde Marsella.

Fin de los templarios

Felipe IV de Francia, el Hermoso, ante las deudas que su país había adquirido con ellos tras un préstamo que su abuelo Luis IX solicitó para pagar su rescate tras ser capturado en la Quinta Cruzada, y su deseo de un estado fuerte, con el rey concentrando todo el poder (que entre otros obstáculos, debía superar el poder de la Iglesia y las diversas órdenes religiosas como los templarios), convenció al Papa Clemente V, fuertemente ligado a Francia, de que iniciase un proceso contra los templarios acusándolos de sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos (se les acusó de escupir sobre la cruz, renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos, de adorar a una cabeza barbuda de nombre Baphomet y de tener contacto homosexual, entre otras cosas).

El Viernes 13 de octubre del año 1307, Jacques de Molay, último gran maestre de la orden, y 140 templarios fueron encarcelados en una operación conjunta simultánea en toda Francia y fueron sometidos a torturas, por las cuales la mayoría de los acusados se declaró culpable de estos crímenes secretos. Algunos efectuaron similares confesiones sin el uso de la tortura, pero lo hicieron por miedo a ella; la amenaza había sido suficiente. Tal era el caso del mismo gran maestre, Jacques de Molay, quien luego admitió haber mentido para salvar la vida. Tal fue el impacto, que se acuño la leyenda negra del Viernes trece.

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